Si vienes desde la orilla del Tajo y tu intención es cumplir con el rito de tomarte un café en A Brasileira es probable que subas por la rua de Alecrim para girar, luego, a la derecha, por la de Ferrogial. En esa esquina te encontrarás con un policía robusto como un armario. Si le preguntas por el mejor camino él te preguntará si vas a ver la estatua de Fernando Pessoa, sentado a la mesa, en la acera del bar. Tú le dices que ya la has visto en una visita anterior, y le explicas que cada vez que llegas a Lisboa pasas por A Brasileira. Aparentemente sin venir a cuento el policía te dirá que Pessoa no era mal poeta, pero los hubo más grandes en Portugal. Tú, al borde de la indignación, le interrogarás con mala leche: «A ver, de que está a falar você?» Él entonces te dirá que te habla de Antonio Aleixo, a su juicio mejor poeta que Pessoa, Eugénio de Andrade, Cesário Verde y hasta Luis de Camões, considerado por muchos (entre quienes me incluyo) el padre de la lengua portuguesa. Tu indignación empieza a hervir y le dices al uniformado que está haciendo una mezcla indecente y espantosa. El hombre lleva pistola al cinto, pero eso no impide que sonría condescendiente y te recomiende que leas a Aleixo. Lo harás unos días después, entonces comprobarás dos cosas: que Aleixo era en verdad un buen poeta y que el policía aquel tiene tendencias líricas populistas. También caerás en la cuenta de que nunca antes habías discutido sobre poesía con un agente del orden, y en plena calle. Te preguntarás entonces si semejante fenómeno sólo puede ocurrir en Portugal, lo mismo que tantas otras cosas raras y maravillosas que acontecen en el país vecino, al que fui invitado para intervenir en el evento «Literatura em Viagem», que cada año organiza mi gran amigo Francisco (Chico) Guedes, en Matosinhos, segundo puerto de Portugal, aunque por aquí muy pocos hayan oído hablar de esa bonita ciudad pegada a la muy bella Oporto.
En fin, como quiera que sea, Pessoa sigue siendo el más grande, te lo vuelves a decir al llegar a la Rúa Garret 120. Allí está A Brasileira, allí Pessoa conversó y bebió copiosamente, no con Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Bernardo Soares, nombres que no sé si escribir en negrita o no, ya que no se trataban de individuos reales sino de heterónimos del gran poeta, de modo que dejo que lo resuelva la persona (en portugués «pessoa») que subirá este artículo en la redacción. Y cierro con estos versos del divino poeta, atribuidos a Bernardo Soares: «La vida práctica siempre me pareció el menos cómodo de los suicidios».
Subscrever:
Enviar feedback (Atom)
Sem comentários:
Enviar um comentário